
Reconfortados por el descanso en Calca, iniciamos nuestra ruta hacia Pitumarca, un pequeño pueblo cercano a nuestro próximo objetivo, iniciando por un buen lavado de la negrita. El hostal de Calca quedaba sobre una vía sin pavimento y estaba completamente cubierta de polvo. En el camino descubrimos que íbamos por la ruta del barroco andino donde el cielo y la tierra se hicieron arte. Así que nos dirigimos al tempo San Pedro Apóstol en Andahuaylillas, un pequeño y pintoresco pueblo que se ha volcado hacia el turismo, aprovechando este bello edificio.
Está prohibido tomar fotos, pero a cambio te dan un CD con un interesante documento y videos de la ruta del barroco andino que hace una buena diferencia con respecto a otros sitios que hemos visitado. Te compartimos el video realizado por la compañía de Jesús:
Al pagar las entradas, puedes visitar Huaco, Cunincunca y la iglesia de la compañía de Jesús en Cusco.
La construcción de este bello templo se inició a finales del siglo XVI y se terminó en el siglo XVII. Esta visita es bien entretenida y el interior del templo seguro que te va a sorprender. Aprovechamos las entradas para visitar el templo de San Juan Bautista de Huaro, con pinturas murales para la evangelización. Ambos edificios son escenarios de una colorida decoración interior y nos encantó la personalización de las imágenes con elementos de la época. La siguiente iglesia, de Urco estaba cerrada, de modo que seguimos hasta encontrar un delicioso almuerzo con chicharrón de chancho en Cusipata, donde nos ofrecieron el hotel. Aunque ya era un poco tarde, nos decidimos por ir a buscar hospedaje en Pitumarca que sería el punto de partida hacia la montaña aunque antes y por un olvido, debimos conducir hacia Sicuani en busca de un cajero, recorriendo cerca de 90 kilómetros.
Fue muy fácil ubicar el hotel al llegar a la plaza central del frío y pequeño pueblo, en una de las esquinas, junto a la iglesia principal y entrando por la tienda, alquilamos una habitación con cama doble y baño compartido por la increíble suma de PEN 20 por noche. No me atreví a pedir descuento como es mi costumbre. Se trata de un pequeño cuarto con una cama pequeña que parece doblada por la enorme cantidad de cobijas. De tapia pisada y con una puerta de un metro con cincuenta de altura, es tal vez la habitación más básica en la que hemos dormido. La temperatura en la noche alcanzó los -3 C y la mejor alternativa era dormirnos porque no resistíamos estar fuera.
Muy a las 6 am desayunamos y tomamos la ruta hacia la montaña de los siete colores, conduciendo por zigzagenates 28 kilómetros, atravesando pequeñas poblaciones con vías sin pavimentar, hasta llegar al parqueadero donde dejamos la negrita.
Se paga una entrada de PEN 5 p.p. con carnet de estudiante. Una gran cantidad de personas llegaba junto a nosotros en buses contratados desde Cusco, lo que les supone levantarse a las 3 am.
Esta vez vamos por nuestra cuenta y a disfrutar sin afanes ni presiones. Es un sitio del cual tenemos unas expectativas muy altas y no queremos que al llegar, ya nos estén apurando para devolvernos.
Hay buena oferta de caballos para quienes prefieren no caminar. Lugareños con sus típicos vestidos y hablando en Quechua, los ofrecen sin parar. La primera etapa del trekking es una subida de 11 kilómetros que cuesta un poco y ayuda si vas con bastones. Hay que esperar que el cuerpo entre en calor y se amolde a la altura, ya que gran parte del camino es fácil.
Algunos colores empiezan a aparecer en los cerros y se adivina lo que vendrá más arriba. Las montañas nevadas nos van ambientando la escalada, que luego de pasar la primera, se ve una mayor y más empinada cuesta llena de gente. En esos últimos 100 metros se maldice bajito, falta el aire, el cansancio se hace presente y me pregunto que hago aquí si podría estar viendo una serie en Netflix 🙂
Ya sabemos que el mundo se conoce con los pies y que a mayor esfuerzo, mayor es la recompensa. Solo basta llegar a la cima para olvidar que sufrimos un poco, llenarse de energía y reverenciar a la creación por el regalo que nos hace a nuestras vidas. Que maravillosa primera impresión causa esta montaña. Recuperamos el aliento poco a poco y al mirar, quedamos sin el. Una maravilla lo que tenemos ante nuestros ojos.
Llegamos a la famosa montaña y ahora todo es gozo, vivir la experiencia. Y parte de ella, es querer tomar una foto sin tanta gente, lo cual por supuesto, es imposible. Ya estamos frente a Winicunca o siete colores haciendo los esfuerzos necesarios para tener nuestra foto del recuerdo juntos, por lo que hay que hablar en inglés y “a señas” para intercambiar de sitio e inmortalizar el recuerdo.

Impresionante, verdad?
Estar al frente ya no basta y hay una pequeña cuesta “extra” a la que se llegan a los 5100 metros de altura que nos anima a subir. Ya no hay cansancio y las energías se combinan con la alegría de poder vivir este día, literalmente, lleno de colores en una bella montaña de los andes peruanos, antiguamente cubierta de nieve y ahora, descubierta, refleja los colores de diferentes minerales y tipos de roca que están en la superficie y que por fortuna, prohiben caminar sobre ella, de modo que muchas personas puedan disfrutar de esta maravillosa vista.
Desde la cumbre también apreciamos una impresionante vista del Nevado Ausangate, el valle con sus montañas coloradas y un grupo de gente que venía subiendo. Es agradable estar en la cima y ver el esfuerzo de los de abajo en su tortuoso camino hacia donde estamos nosotros 🙂
En este punto, los que iniciaron junto a nosotros su recorrido, ya estaban siendo advertidos del regreso para partir pronto hacia Cusco. Consejos: hay que abrigarse muy bien ya que el frío es intenso y después de las 2 de la tarde, el viento helado te enloquece. También hay que llevar buena provisión de agua, aunque es posible encontrarla en la cima. Unas pocas familias tienen su negocio y venden aguas y bebidas calientes. Una de ellas, es la que sigue en la foto.
¡Adorable!
Nuestra visita se prolongó unas 3 horas y aprovechamos para tomar algunas fotos en el sitio desde donde salen mejor: hay de descender hacia una ladera, luego de la cumbre giras un poco, encuentras el ángulo más adecuado para tu recuerdo y esa es la foto.
No caben las fotos en nuestra crónica, así que las reunimos en nuestra página de Flickr. Que las disfrutes.
Genial la inversión que hemos hecho hoy. Tan solo unas pocas horas seguro las vamos a recordar mucho tiempo. Y ahora el descenso que también tiene su nivel de dificultad porque el esfuerzo en las rodillas es bastante alto. Los bastones son una gran ayuda.
Nos regresamos a Pitumarca y decidimos parar una noche más en nuestra “suite”, la que por fortuna estaba libre. Luego de un buen baño, compartimos una cervezas con un original músico indígena de la aledaña localidad de los Canchos quien nos interpretó varias piezas de música andina. Muy orgulloso de su raza y de la maravillosa Winicunca, que le ha traído tantos beneficios a su comunidad y que en sus palabras, tanto éxito les ha traído problemas que están solucionando.
Una velada inesperada en el que durante la conversación, tocamos las consecuencias del cambio climático y las repercusiones de la cantidad de turistas que de alguna manera ayudamos a contribuir con la transformación de este paraje natural, a lo que nuestro contertulio indígena, haciendo una reflexión juiciosa y atinada, nos aseguró que la ausencia de nieve no era ni culpa, ni producto de las acciones de sus antecesores. En cambio, las grandes potencias que tienen como mejorar la situación, siguen cruzadas de brazos sin tomar las medidas necesarias (y sí que tiene razón) y concluyó explicando que la afluencia de turistas no empeora la situación de Winicunca.
La mezcla de cansancio y el alcohol, terminó venciéndonos en un profundo sueño.
Hasta la próxima.
4 Comments On 46. Winicunca o la montaña de los siete colores.
Sin palabras que belleza de colores, voy un poco atrazada pero ahí voy los quiero mucho
Gracias, nosotros tambien 🙂
Carlos Alberto jaramillo Bernal
Es espectacular
De lo mejor de nuestras rutas. Quedamos maravillados 🙂